
Cada año, septiembre trae consigo el sonido de timbres escolares, mochilas llenas y rutinas madrugadoras. Pero más allá de la logística escolar, hay un fenómeno menos visible y profundamente preocupante: el impacto emocional del regreso a clases en la salud mental de niños y adolescentes. Ansiedad, somatización, ataques de pánico, retraimiento social o irritabilidad son cada vez más frecuentes en los pasillos escolares… y también en los hogares.
Desde el punto de vista psiquiátrico y neuropsicológico, el inicio del año escolar representa un evento estresante significativo. Se reactiva la presión académica, resurgen tensiones sociales como el bullying, y se exige un rendimiento emocional y cognitivo inmediato en cerebros que aún están en desarrollo.
Los síntomas más comunes incluyen:
Estas manifestaciones no siempre se verbalizan. Muchos niños no dicen “me siento ansioso”, pero su cuerpo y conducta lo gritan.
Aunque un cierto nivel de nerviosismo ante la vuelta a clases puede considerarse normal, cuando este malestar interfiere con la funcionalidad del niño o adolescente en casa, la escuela o sus relaciones sociales, hablamos de una condición clínica que puede incluir ansiedad generalizada, trastornos de adaptación, ansiedad de separación, o incluso depresión infantil.
Desde el enfoque neurobiológico, los estudios más recientes demuestran cómo el sistema límbico (especialmente la amígdala) se hiperactiva ante estresores sociales en estas edades, y cómo se alteran neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y el GABA, todos esenciales para la regulación emocional y la motivación académica.
Factores de riesgo y cómo afecta por edad y género
Además, niños con neurodivergencias (TDAH, TEA) o que han experimentado eventos traumáticos recientes presentan un mayor riesgo de desarrollar reacciones emocionales exacerbadas al retorno escolar.
En entornos familiares donde hay conflictos, escasa contención emocional o altas expectativas académicas, el regreso a clases se convierte en una bomba de tiempo. Y en instituciones escolares donde hay bullying no intervenido, sobreexigencia sin apoyo emocional, o falta de comprensión neurodivergente, el sufrimiento psíquico se agudiza.
Este malestar también afecta a los adultos: madres que no saben cómo calmar a sus hijos cada mañana, padres que se frustran por el bajo rendimiento, profesores agotados por aulas emocionalmente saturadas.

Las recomendaciones más efectivas incluyen:
Consultar a tiempo con un especialista en salud mental infantil es una decisión de amor y responsabilidad. Muchas veces, una evaluación adecuada puede detectar trastornos en etapas tempranas, evitando que se cronifiquen y generen secuelas en la adultez.
Detrás de cada mochila escolar hay una historia emocional. A veces, silenciosa. A veces, disfrazada de cansancio o enojo. Pero siempre merecedora de ser escuchada. Que este regreso a clases no solo nos encuentre con libros y lápices, sino con herramientas emocionales para hacer del aula un lugar seguro también para el alma.
El bienestar emocional también se educa.