Hablar del consumo de alcohol suele generar incomodidad. En nuestra cultura, está tan normalizado que muchas veces ignoramos cuándo deja de ser una costumbre social y se convierte en un problema de salud mental: el trastorno por uso de alcohol, más conocido como alcoholismo.
Esta condición, que afecta a millones de personas en todo el mundo, no discrimina edad, género ni clase social, y sus efectos van más allá del individuo. Impacta profundamente el cerebro, las relaciones personales, el rendimiento laboral y el equilibrio emocional de quienes lo padecen.
En 2023, la OMS alertó sobre el aumento global del consumo riesgoso de alcohol en jóvenes de entre 18 y 35 años, vinculado al estrés post-pandemia. En República Dominicana, estudios locales reflejan un incremento preocupante en el abuso de bebidas alcohólicas como la cerveza y el ron en contextos recreativos, sin conciencia del daño neurológico y social.
¿Cuándo el uso se convierte en abuso?
El consumo social de alcohol es común. Pero el problema comienza cuando:
Lo más delicado es que el alcoholismo se instala con sigilo, y muchas personas viven en autonegación, convencidas de que “pueden controlarlo”, incluso cuando todo a su alrededor empieza a desmoronarse.
El alcohol actúa directamente sobre el sistema límbico (centro emocional del cerebro), el sistema de recompensa (núcleo accumbens) y la corteza prefrontal, que regula el juicio, la toma de decisiones y el autocontrol.
A largo plazo, este desequilibrio genera: dependencia neuroquímica, reducción de la capacidad para sentir placer de forma natural, alteraciones en el juicio y la percepción de riesgo, disminución de la memoria y funciones ejecutivas.
Estos cambios dificultan la capacidad de la persona para “simplemente dejar de beber”, incluso cuando lo desea.
Las consecuencias del alcoholismo son devastadoras y multidimensionales:
Aunque los hombres presentan mayores tasas de consumo, las mujeres sufren efectos físicos y psicológicos más severos en menor cantidad de tiempo. En ambos géneros, la culpa, la vergüenza y el aislamiento refuerzan el círculo vicioso del consumo.
El alcoholismo no es falta de voluntad, sino una enfermedad médica que necesita atención especializada. Un psiquiatra puede determinar el nivel de severidad, descartar otros diagnósticos, y diseñar un plan de tratamiento efectivo y personalizado que conlleva: Psicoterapias como TCC, familiar, reestructuración cognitiva, psicofármacos y orientar sobre recursos comunitarios. La combinación de intervención médica y psicológica es clave.
En Santiago y en Punta Cana, contar con un psiquiatra con formación en terapia familiar y rehabilitación neurocognitiva, permite a las familias dominicanas como a los turistas que nos visitan el poder acceder a un tratamiento integral para recibir atención especializada, es una prioridad que está a tu alcance para transformar tu vida y devolver la autonomía a quienes más lo necesitan.
El alcoholismo no solo destruye cuerpos, sino también sueños, vínculos y futuros. No esperes a tocar fondo. Si tú o alguien que amas está atrapado en el consumo, rompe el silencio. Pide ayuda.
En Punta Cana, tienes a tu disposición atención psiquiátrica especializada, enfocada en sanar no solo la mente, sino también la dignidad, la esperanza y la vida. Porque la salud mental es para todos, y es lo primero.