
El mes de septiembre se conmemora el “Día Mundial para la Prevención del Suicidio” para ser exacto sería el miércoles 10, se dedicará este día a la prevención y educación.
Cada año, cerca de 800,000 personas se quitan la vida en el mundo, según datos de la OMS. Esta cifra alarmante no es solo una estadística: son vidas, familias, historias que se apagan. En muchos casos, el suicidio no es un acto impulsivo, sino el resultado de un sufrimiento emocional profundo y persistente, agravado por el estigma, la soledad y la falta de acceso a atención especializada.
Como psiquiatra con formación en neuropsicología clínica, terapia familiar y alta gerencia, he acompañado a muchos pacientes que han transitado por la oscuridad del pensamiento suicida. Hoy más que nunca, urge hablar del suicidio con responsabilidad, compasión y conocimiento.
El suicidio no es una patología en sí misma, sino un desenlace trágico que puede surgir en el contexto de múltiples trastornos mentales:
A menudo, el suicidio aparece como una manifestación del agotamiento psíquico, cuando la persona percibe que ya no hay salida o recursos internos para lidiar con su malestar.
Síntomas que no debemos ignorar. Aunque cada historia es única, existen señales de alerta comunes:
Reconocer estos signos a tiempo puede salvar vidas.
El suicidio tiene correlatos en el cerebro. Estudios recientes muestran alteraciones en áreas como: La amígdala, asociada al procesamiento del miedo; el córtex prefrontal, relacionado con la toma de decisiones, además el sistema serotoninérgico, vinculado al estado de ánimo y al control de impulsos
Asimismo, niveles bajos de serotonina y disfunciones en la neuroplasticidad cerebral se han identificado en personas con ideación suicida, especialmente en pacientes con depresión resistente.
Técnicas como el EEG cuantitativo, la neuroimagen funcional (fMRI) y biomarcadores moleculares están ayudando a entender mejor la predisposición biológica al suicidio, y a personalizar el tratamiento.
El suicidio no solo afecta a quien lo vive, sino a todo su entorno:
El duelo por suicidio es una forma de dolor silenciado, y quienes lo viven muchas veces no se atreven a pedir ayuda.
Aunque el suicidio puede ocurrir a cualquier edad o género, existen grupos de mayor riesgo:
Mujeres:
Hombres:
Niños y adolescentes:
Lamentablemente en América Latina, los suicidios aumentaron un 17% tras la pandemia.
Estudios como el de Reif-Leonhard (2024) evidencian que las crisis económicas y sociales están correlacionadas con el aumento de suicidios, especialmente en hombres mayores de 40 años.
Recursos disponibles y estrategias efectivas:
No esperes que el dolor te arrebate lo más valioso: tu vida o la vida de un familiar.
Hablar de tus problemas y miedos (vaciarte emocionalmente) no te hace débil. Callar por miedo no es ser fuerte.
Ser valiente es pedir ayuda a tiempo, antes de que el silencio se convierta en tragedia.
Recuerda: La salud mental no es un lujo. Es el motor de tu bienestar, tus vínculos y tus sueños. Si tú o alguien que conoces está en riesgo, no dudes en buscar ayuda. Hay salida. Hay esperanza. Hay vida.