Nunca vi a un gran escritor seleccionar una obra favorita de otro con tanta firmeza. Fue una selección tajante y autoritaria: Mario Mendoza habló con una admiración tan legítima sobre El Palacio de la Luna, que inmediatamente una fuerza extraterrenal me impulsó hasta Cuesta Libros para ordenarlo. No estaba en la sucursal Santiago y los siguientes 4 días fueron tan angustiantes como aquella transición vivida por Marco Stanley entre un Nueva York de luz neón y un Gran Cañón avasallado por el reflejo lunar…
Seguí con La Trilogía de Nueva York, y entonces no ha habido vuelta atrás. ¡Es deleite hecho literatura! No hay muchos textos que permiten vivir tantas vidas, historias, amores, ilusiones y fracasos. Quizá sí, quién sabe si se consigan en los grandes parques de La Gran Manzana.
A media semana, como lo anunciaría Rubén Blades, Paul pasó “al otro barrio” a consecuencia de un cáncer de pulmón, dejando esa prolífica documentación intelectual que fue capaz de hacerme identificar de manera tan íntima y especial con mi propia historia.
En República Dominicana y el Caribe no tiene, ni pensarlo, la incidencia comercial de un Hemingway, Faulkner, Agatha o si quiera un Arthur Miller; tampoco en los círculos literarios. Sin embargo, propongo e invito a consumir su texto para experimentar una perspectiva tan fabulosa como Auster supo lograrlo. La presencia dominicana en Nueva York y esa vinculación intercultural es también una buena excusa para iniciar su lectura.
¡Gracias por tan magistral obra! ¡Paz al alma de Paul Auster!