Por: Pavel De Camps Vargas.
Santo Domingo, RD. Una madrugada de música y celebración terminó en horror absoluto. En los primeros minutos del martes 8 de abril de 2025, la icónica discoteca Jet Set se vino abajo. Su techo colapsó de súbito durante un concurrido concierto de merengue, sepultando a decenas de asistentes. Las cifras oficiales hablan por sí solas: al menos 70 personas perdieron la vida y unas 160 resultaron heridas en la tragedia. Entre las víctimas y afectados se cuentan figuras reconocidas del país, desde políticos hasta artistas. El popular cantante Rubby Pérez –quien amenizaba la fiesta esa noche– quedó atrapado bajo los escombros junto a deportistas y personalidades que disfrutaban del evento. La escena rápidamente se volvió dantesca: equipos de rescate batallando entre polvo y oscuridad para hallar sobrevivientes, removiendo bloques de concreto y usando tablones como palancas mientras taladros perforaban la losa caída. Afuera, familiares desesperados se agolpaban clamando noticias de los suyos, abrazados por la angustia y el temor. “Solo nos sostenemos en Dios”, rezaba con voz quebrada Manuel Olivo, padre de un joven desaparecido, frente al cordón de seguridad del derrumbado club. “Estoy esperando por ella… sé que está ahí dentro”, repetía entre lágrimas Massiel Cuevas, madrina de una chica de 22 años atrapada bajo los restos del techo.
La tragedia ocurrió cerca de la 1:00 a.m. en el célebre centro nocturno Jet Set de la capital dominicana, durante su tradicional fiesta de los lunes que esta vez contaba con la actuación estelar de Rubby Pérez. El local estaba repleto –como suele estarlo cada lunes– cuando, sin previo aviso, un estruendo estremeció la sala. En segundos, vigas, planchas y concreto cayeron sobre la multitud. “Esto es una tragedia demasiado grande”, alcanzó a declarar con la voz entrecortada la primera dama Raquel Arbaje al llegar al sitio, reflejando el sentimiento de un país entero. Unidades de bomberos, ambulancias del 9-1-1, efectivos de la Defensa Civil, policías y voluntarios confluyeron en el lugar en minutos, en una carrera contrarreloj para rescatar a quienes aún yacían con vida bajo los escombros. Casi 12 horas después del colapso, todavía se sacaban sobrevivientes entre los restos, negándose las autoridades a desistir mientras hubiese esperanza. Al amanecer, el presidente Luis Abinader se presentó en el sitio: abrazó a familiares con lágrimas en el rostro y aseguró que “todas las agencias de rescate [estaban] trabajando sin descanso”. Para entonces, la noticia de la tragedia ya se había propagado más rápido que el propio esfuerzo de rescate, pero no siempre con fidelidad a la verdad.
Durante las primeras 24 horas tras el colapso del techo en la discoteca Jet Set, las redes sociales se convirtieron en el principal escenario de información —y desinformación— en República Dominicana. En tiempo récord, se generaron más de 187,700 publicaciones relacionadas al hecho, con un volumen de 810,900 interacciones y un impacto global de 63,442 millones de impresiones. Esta cifra monumental refleja no sólo la magnitud emocional de la tragedia, sino también la velocidad con la que las plataformas digitales amplifican cualquier suceso. Desde imágenes del rescate hasta teorías falsas y listas no verificadas de víctimas, el contenido fluyó sin filtros, demostrando cómo en momentos críticos las redes pueden actuar como un altavoz colectivo, donde lo verdadero y lo ficticio se mezclan en una carrera descontrolada por la atención pública. Esta explosión digital, aunque visibilizó el dolor de un país, también evidenció el riesgo de no contar con un control informativo claro en tiempos de emergencia.
Mientras los rescatistas removían escombros en la vida real, en el mundo digital se desataba otra forma de caos. La noticia corrió como pólvora en las redes sociales, generando un torrente imparable de publicaciones. Minutos después del colapso, ya circulaban en Twitter (ahora X) y Facebook videos filmados por asistentes que captaron el instante exacto del derrumbe. Esas imágenes estremecedoras, reproducidas miles de veces, llevaban la tragedia directamente a las pantallas de quienes despertaban con la alarmante novedad. Etiquetas como #JetSet y #TragediaRD rápidamente dominaron las tendencias locales, mientras en TikTok e Instagram proliferaban breves clips de la escena, fotos de los escombros y mensajes de consternación.
Sin embargo, junto a la información veraz llegó una oleada de datos inciertos y rumores infundados. Las redes se inundaron de versiones sin confirmar, amplificadas muchas veces por influenciadores locales ansiosos de visibilidad. En la prisa por “tener la primicia”, más de uno compartió cualquier dato que le llegaba, sin detenerse a verificar fuentes o validar las informaciones. La desinformación viral comenzó a competir en alcance con las noticias reales, añadiendo confusión a la conmoción reinante. Como señaló un medio, “redes sociales, periódicos digitales, programas de radio y televisión se han hecho eco de informaciones no confirmadas … confundiendo aún más a los lectores”. En cuestión de horas, el país no solo lidiaba con un desastre físico sino con una epidemia de fake news propagadas en línea.
A continuación, algunos ejemplos de la desinformación que circuló y de cómo se propagó en distintas plataformas durante las primeras horas de la crisis:
Estos son solo algunos ejemplos de cómo, en cuestión de horas, la desinformación se entrelazó con la realidad en redes sociales. Lo cierto es que para cuando amanecía en Santo Domingo, miles de personas en el país y fuera de él habían recibido ya una mezcla de verdad y ficción sobre el desastre.
El resultado de esta avalancha informativa fue una población aturdida emocionalmente. A la par del shock natural por la tragedia, se sumó la tensión de no saber qué era cierto y qué no en la catarata de noticias. Para los familiares de víctimas y desaparecidos, la experiencia fue especialmente cruel: la incertidumbre sobre sus seres queridos se amplificó con cada rumor infundado que les daba esperanzas o los hundía en el pánico. Hubo quienes, con el corazón en un puño, vieron circulando en Facebook listas extraoficiales de supuestos heridos o fallecidos e iniciaron frenéticas búsquedas en hospitales, para luego descubrir que esos listados eran erróneos. “En este momento delicado” –advertía la Clínica Abreu en un comunicado– “evitar la difusión de listados no oficiales” es crucial, pues solo generan desinformación y confusión. Cada nombre mal colocado en un listado, cada víctima “confirmada” sin serlo, significó un puñal emocional para alguna familia, hasta que la información real puso las cosas en claro.
En la ciudadanía general, el bombardeo de actualizaciones constantes –muchas contradictorias– provocó ansiedad colectiva. Las imágenes crudas del suceso, reproducidas sin descanso en redes y grupos de chat, sumieron a muchos en una suerte de estrés compartido. Psicólogos advierten que este fenómeno de infoxicación (intoxicación por exceso de información) durante desastres puede intensificar el impacto psicológico: al prolongar la sensación de caos e impotencia más allá del evento en sí, aumenta la angustia y dificulta procesar lo ocurrido de manera saludable. En las calles y oficinas de Santo Domingo, la conversación era una sola pero con múltiples versiones, lo que generaba discusiones, temores infundados y una atmósfera general de inestabilidad emocional. A medida que avanzaba el día, no pocos dominicanos optaron por apagar un rato sus dispositivos o esperar confirmación oficial antes de creer cualquier nueva noticia, agotados mentalmente por la montaña rusa informativa. Iván Ruiz, un veterano comunicador, describió con empatía el sentir colectivo: “No pude evitar llorar de impotencia, me pongo en los zapatos de los demás… la empatía y la sensibilidad van más allá”, dijo en su programa, instando a recordar que detrás de cada número y cada rumor hay vidas humanas y familias desgarradas. En medio del dolor, también afloró la indignación hacia quienes parecían aprovechar la tragedia para ganar notoriedad en redes a costa de difundir falsedades. “En la tragedia sale la peor parte de mucha gente”, lamentó Ruiz, reflejando el sentir de muchos. Esta mezcla de dolor, miedo y enojo fue quizás la marca emocional más profunda que dejó el manejo comunicacional caótico de la tragedia del Jet Set.
Frente a la vorágine informativa en plataformas digitales, los medios de comunicación tradicionales –prensa escrita, radio y televisión– tuvieron un papel desafiante: informar con inmediatez, pero con veracidad. Desde las primeras horas, reporteros de canales locales y periódicos acudieron al lugar de los hechos, transmitiendo en vivo por televisión y lanzando actualizaciones minuto a minuto en portales web. No obstante, la avalancha en redes imponía una presión inédita. “Tengamos mucho cuidado con la información que damos, no nos montemos en la ola de la primicia… nos interesa la verdad”, exhortó Iván Ruiz, productor del programa El Show del Mediodía y director de la televisión pública, al alinear a su equipo con una cobertura responsable. Ese llamado a la prudencia informativa fue compartido por muchos periodistas veteranos que, conmovidos y desgarrados como estaban, entendían la importancia de filtrar cada dato antes de difundirlo.
Aun así, incluso con las mejores intenciones, los medios se vieron en aprietos para competir con la inmediatez de las redes. Mientras las redacciones verificaban nombres y cifras con fuentes oficiales, el público ya había visto esos datos –ciertos o no– replicados cientos de veces en X(Twitter). Hubo casos en que la prensa digital y algunos noticieros radiales terminaron siendo eco involuntario de informes no corroborados. Un ejemplo fue la situación de Rubby Pérez: ante el silencio oficial inicial, varios programas de radio y portales republicaron versiones encontradas sobre su estado, citando “reportes” de terceros. Esto evidenció cómo la línea entre redes sociales y medios convencionales puede difuminarse cuando la presión por informar es extrema.
Conforme avanzó el día, la balanza empezó a inclinarse nuevamente hacia las fuentes formales y verificadas. Los periódicos de mayor credibilidad y los noticiarios de televisión comenzaron a marcar la pauta al divulgar ruedas de prensa y boletines oficiales: el COE actualizando la cifra de víctimas, hospitales emitiendo partes médicos, el Gobierno declarando duelo nacional por tres días. Cada información verificada que salía por canales oficiales servía para desmentir rumores y aportar certeza. Algunos medios informativo dedicaron incluso notas especiales a aclarar especulaciones, desenmarañando la red de informaciones falsas que circulaban. La responsabilidad periodística recuperó terreno frente al ruido: en las ediciones vespertinas y estelares, el énfasis estuvo en datos confirmados y contexto, más que en la inmediatez.
Pese a todo, la experiencia dejó una lección aleccionadora para el gremio periodístico dominicano: en la era de las redes omnipresentes, los medios tradicionales ya no son los primeros en dar la noticia, pero sí pueden –y deben– ser los primeros en darla bien. La competencia ya no es por velocidad, sino por confianza. Y en esta tragedia, si bien la avalancha de tuits pudo haber ganado el sprint inicial, la maratón de la verdad la acabaron ganando aquellos medios que resistieron la tentación de la primicia fácil y sostuvieron el rigor en medio de la presión.
La magnitud del desastre trascendió rápidamente las fronteras de República Dominicana. En pocas horas, la tragedia del Jet Set se convirtió en noticia internacional. Agencias globales de prensa como AP y Reuters tomaron el caso y distribuyeron los detalles a medios de todo el planeta. Cadenas informativas angloparlantes –desde The Washington Post hasta Sky News– difundieron la noticia: “the roof of the Jet Set nightclub collapsed in Santo Domingo early Tuesday”, informaba la prensa extranjera, destacando el elevado número de fallecidos e heridos. En X (Twitter), perfiles de alcance mundial replicaban las actualizaciones; por ejemplo, la televisora internacional TRT World publicó: “A roof collapse at the Jet Set nightclub … leaves at least 27 people killed and more than 150 injured”, usando las cifras preliminares disponibles en ese momento. Al mismo tiempo, en América Latina, portales y noticieros de países vecinos se hicieron eco del suceso, muchos citando directamente a medios dominicanos o contenido viral de las redes para ilustrar la gravedad de lo ocurrido.
No obstante, en esa traducción de lo local a lo global, algunas imprecisiones iniciales se arrastraron. Por ejemplo, varios medios internacionales informaron de “al menos 27 muertos” durante buena parte del día –tal como había trascendido en un comienzo–, aun cuando al caer la tarde las autoridades dominicanas ya hablaban de más de 60 víctimas mortales. Esta discrepancia refleja la brecha temporal y lingüística: el mundo dependía de reportes que evolucionaban minuto a minuto en Santo Domingo, y no todos se actualizaron al mismo ritmo. Aun así, el hecho de que la noticia saltara tan pronto a la palestra global también tuvo efectos positivos: despertó solidaridad internacional y quizá añadió presión para redoblar los esfuerzos de rescate y esclarecimiento. Gobiernos vecinos enviaron condolencias, y figuras internacionales del entretenimiento y el deporte –al enterarse de que colegas suyos estuvieron involucrados– expresaron mensajes de apoyo en redes. En pocas horas, el nombre “Jet Set” dejó de ser solo referencia de la farándula dominicana para convertirse en símbolo de una tragedia compartida ante los ojos del mundo.
La difusión global de lo ocurrido evidenció, además, cómo un evento local puede escalar a conversación planetaria en la era digital. Lo que originalmente circuló en X (Twitter) dominicana como rumor o primicia, acabó, tras varias capas de confirmación, en titulares de prensa extranjera y tendencias globales. Para la noche del 8 de abril, millones de personas en distintos continentes conocían la historia: un club nocturno colmado de gente celebrando, un techo que cede, decenas de vidas perdidas, y una comunidad lidiando no sólo con su dolor sino con la lucha por la verdad en medio del caos informativo. Santo Domingo recibió miradas desde fuera con asombro y empatía, mientras puertas adentro surgía la reflexión sobre cómo mejorar para que, ante emergencias futuras, el ruido digital no vuelva a imponerse sobre la claridad que tanto se necesita en momentos críticos.
La experiencia de la tragedia del Jet Set deja lecciones dolorosas pero valiosas sobre el manejo de la información en situaciones de crisis. A continuación, se presentan algunas recomendaciones concretas para mejorar la comunicación durante eventos trágicos de este tipo:
La tragedia del Jet Set no fue sólo el colapso de un techo. Fue el colapso de la comunicación ética, del periodismo apresurado, de la empatía digital. Fue el reflejo de una era donde la verdad compite contra el algoritmo, y muchas veces pierde.
Lo ocurrido deja heridas que tardarán en sanar. Pero también deja una enseñanza: ante una emergencia, hay dos batallas que librar. La primera, salvar vidas. La segunda, salvar la verdad. Ambas son igual de urgentes. Ambas definen quiénes somos como sociedad.
En resumen, la madrugada trágica del Jet Set dejó enseñanzas escritas con sangre y tweets o post. Aprender de ellas es un deber impostergable. Solo así, ante futuras calamidades, podremos enfrentar dos emergencias a la vez –la real y la informativa– con la serenidad, la verdad y la humanidad que las víctimas y el público merecen.